El uso excesivo de dispositivos digitales puede alterar el funcionamiento del cerebro de manera profunda

Quito, agosto de 2025.- Vivimos en un mundo donde las notificaciones no se detienen, las pantallas nos acompañan desde que despertamos hasta que dormimos, y desconectarse parece un lujo que pocos se permiten. Sin embargo, este estilo de vida digital permanente ya tiene consecuencias claras y preocupantes para nuestra salud mental y nuestro cerebro.

Según la Doctora Claudia Poch, investigadora principal del Grupo CEDI (Cognición, Educación y Diferencias Individuales) y coordinadora del Programa de Doctorado en Educación y Procesos Cognitivos de la Universidad Nebrija, “el cerebro cambia dependiendo de cómo lo usemos”, y el uso excesivo de dispositivos digitales puede llegar a alterar su funcionamiento de manera profunda. Las continuas distracciones propias del uso de móviles, tablets etc., “conducen a una pérdida de control atencional -detalla la experta-. Respecto a la memoria, el uso excesivo que hacemos de la “memoria externa digital” puede llegar a producir síntomas similares a los de la demencia”. Asimismo, el uso excesivo de pantallas en la infancia repercute negativamente en el desarrollo del lenguaje, “impactando en la red neuronal que sustenta la adquisición de lenguaje y a los patrones de lectura”. Estos y muchos otros resultados resaltan que la hiperconectividad digital tiene un impacto negativo en el desarrollo cognitivo y psicológico.

En Ecuador, a principios de 2024, tras 10 años de gestiones, la Asamblea Nacional aprobó la Ley de Salud Mental cuyo objetivo es promover, regular y garantizar el pleno ejercicio del derecho a la salud mental de las personas en todo su ciclo de vida, bajo un modelo comunitario de atención integral.

“La sensación de culpa puede generar ansiedad y dificultar el descanso, ya que se vincula a la percepción de pérdida de productividad o desconexión social, dificultando el establecimiento de límites saludables”, señala la Dra. Poch. Esta presión por estar disponibles en todo momento ha borrado la línea entre vida personal y laboral, generando entornos poco saludables y afectando profundamente al bienestar emocional, tanto de estudiantes como de trabajadores.

Para hacer frente a esta realidad, la experta sugiere desarrollar lo que llama una “dieta digital”, que incluye estrategias de autorregulación, pausas conscientes y educación emocional desde edades tempranas. En este proceso, tanto las universidades como las empresas juegan un rol clave: “A nivel de empresa se pueden implementar programas de sensibilización y promoción del descanso digital, fomentando espacios offline y estableciendo límites en las jornadas laborales. Asimismo, es recomendable la creación de programas que promuevan el bienestar emocional. Por otro lado, la universidad debería crear estrategias de monitorización emocional de sus estudiantes e incluir en su currículum el desarrollo de competencias emocionales y recursos para el bienestar, creando entorno de aprendizaje más saludables”, añade la vocera.

Aunque el uso de la tecnología trae numerosos beneficios, su abuso silencioso puede tener consecuencias a largo plazo. Por eso, la desconexión también debe entenderse como un acto de cuidado personal y colectivo.

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