- El desinfluencing fomenta una pausa frente al consumo automático que domina las redes sociales. A través de una mirada más crítica y honesta, esta tendencia invita a consumir con más cabeza, alejándose de la lógica de lo viral y del “comprar por inercia”.
- Francisco Javier Zamora Saborit, docente de VIU, perteneciente a la red de educación superior Planeta Formación y Universidades analiza este movimiento que refleja un cambio de mentalidad entre las nuevas generaciones.
Ecuador, agosto de 2025 — El ecosistema digital saturado de recomendaciones, productos virales y estilos de vida imposibles en el que vivimos, ha nacido un nuevo fenómeno como respuesta a este exceso de consumo: el desinfluencing.
A diferencia de los tradicionales influencers, que suelen promover artículos o vidas aspiracionales e incitar al consumo constante, los desinfluencers se dedican a advertir sobre lo que no vale la pena comprar, cuestionando la lógica de lo viral y apostando por un consumo más consciente.
Este movimiento no surge por casualidad. Según explica Francisco Javier Zamora Saborit, director del Máster Universitario en Marketing Digital y Analítico de VIU, perteneciente a la red de educación superior Planeta Formación y Universidades, “Vivimos en una época de saturación: demasiados productos, demasiados anuncios y una necesidad constante de consumir contenido nuevo cada día”.
Y es que, entre algoritmos que nos muestran lo que “deberíamos” querer y una industria del marketing que no descansa, el consumo se ha vuelto casi automático. Comprar lo último ya no es un deseo, sino una presión constante que sufren principalmente los más jóvenes.
Es ahí cuando el desinfluencing propone una pausa. No se trata de dejar de consumir por completo, sino de hacerlo con más cabeza, con mayor sentido crítico. Esta tendencia está especialmente presente en la Generación Z, que ha crecido en un ecosistema digital hiperconectado y detecta mejor cuándo un contenido es forzado o comercial.
Lejos de seguir ciegamente lo que es tendencia, muchos jóvenes han comenzado a cuestionar las compras impulsivas, a optar por productos de segunda mano o incluso a no comprar nada si no lo consideran necesario. En palabras de Zamora: “Es como si alguien dijera en voz alta lo que muchos ya pensaban en silencio. Y eso genera alivio, pertenencia y confianza”.
¿Es el desinfluencing una moda más?
Aunque el desinfluencing nace como una reacción crítica, no está libre de contradicciones. Algunas marcas ya han empezado a apropiarse de su lenguaje con campañas que claramente dicen: “No necesitas mil productos, solo este”. Este mensaje suena mejor, pero el trasfondo sigue siendo el mismo: vender. Según nos comenta Francisco Javier, “hay un cierto riesgo de que este movimiento se convierta en una nueva estética consumista”.
Basta con adentrarse en las redes sociales unos minutos para ver publicaciones que simulan autenticidad con música viral, iluminación cuidada y un discurso aparentemente crítico que sigue atrapado en la lógica del like. Para Zamora, “el reto está en no confundir sinceridad con estrategia y en seguir preguntándonos para qué y desde dónde se comparte ese contenido”. Porque una crítica vacía también puede perder fuerza rápidamente.
Pese al riesgo de mercantilización, lo cierto es que muchas marcas están empezando a influenciarse por este fenómeno. Algunas han optado por campañas más transparentes, dejando atrás promesas imposibles y centrándose en lo que realmente funciona. También se han abierto a colaboraciones con creadores que sinceramente comentan si algo les funciona aunque sea solo a ellos por determinadas razones. Esta honestidad, lejos de perjudicar, fortalece la relación con un público que ya no se deja impresionar con tanta facilidad.
El desinfluencing no es simplemente una moda anticonsumista o una pose digital. Es una invitación a reflexionar sobre cómo, por qué y para qué consumimos. No es casual que esta corriente se esté extendiendo especialmente entre los jóvenes hiperexpuestos al contenido aspiracional, pero también está empezando a generar cierto impacto en generaciones más mayores, que quizá no entienden del todo el lenguaje visual de TikTok u otras redes, pero sí comparten el cansancio ante la saturación publicitaria.
Este fenómeno no busca perjudicar el consumo, sino devolverle perspectiva. Y aunque el contenido crítico aún no domina las redes, su crecimiento demuestra que hay un público cada vez más dispuesto a cuestionar, a elegir desde el criterio propio, y no desde la presión del algoritmo.